lunes, 18 de marzo de 2024

Radiografía de una Ninfa contemporanea



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Sentir demasiado

sumerge su esencia

en la decadencia 

más profunda de su existencia.

Incendia sus entrañas

con un colapso en el seno de ella misma.

Las emociones se tornan

en un enloquecido enjambre de avispas,

que buscan salida aguijoneando

cada átomo de su ser,

con un zumbido ensordecedor

que perturba todas sus neuronas.


En una ninfa,

el placer se expande

en un huracanado éxtasis

que nace como una flama en el pecho

y obnubila todos sus sentidos.

Una deflagración de todas sus partículas

reclamando la máxima expresión

con la liberación

del erotismo más puro y sensual.


Deslizarse por el suave tacto

de otra piel.

Colmarla de hirsuta vellosidad

como espigas de trigo

mecidas por el viento.

Convertir la saliva 

de otra boca

en dulce almibar que se desliza

sobre las cumbres de su torso

dominado por un embriagador frenesí.


El pletórico mundo de una ninfa

exacerba cualquier estímulo,

como una inusitada quimera,

anegando cada axión

con sensaciones desproporcionadas.

Es un torrente de agua sin control

que erosiona las orillas

de su cordura.

Y el climax la sacude

en cortinas de convulsiones

que emergen desde

su florecido vientre.


La vibración de colores

que emite una obra pictórica,

el primor de sus delicadas curvas,

la destreza de sus certeras rectas,

la sutil gracia de sus pinceladas,

atraviesan sus entrañas

con la precisión de una saeta

que lleva su nombre,

abriendo la carne

para hacer brotar bandadas

de alas azuladas,

que la elevan hacia un delirante

placer místico.


La melódica sinfonía de notas

matemáticamente arrancadas

de la cuerdas de un nostálgico violín

por las hábiles manos de un artista,

la hace flotar sobre el melifluo aroma

de las acacias en flor,

con una excelsa sensibilidad

que la hace sucumbir

y la seduce,

disparándola de su eje.


La traición que precede

a la decepción,

es el fracaso más absoluto.

Es arrojar su vulnerable psique

al oscuro abismo del Hades,

donde miles de reptantes serpientes

devoran su entregado cuerpo

como ofrenda a Perséfone,

arrancando su piel a jirones,

flagelándola y desmembrándola,

sin hallar consuelo en esta acuciante

tortura física.


El dolor arrasa 

con una aviesa oleada

de flechas incandescentes

disparadas desde la cúpula de la melancolía

y que se enconan en la carne.


La vía de escape de esta criatura

tan despiadadamente sensible

es la imperiosa necesidad de crear,

ofreciendo al universo

la transformación del fuego interno

que la consume,

plasmado en renglones 

escritos con sus lágrimas, 

y trazos de sangre 

sobre un infinito lienzo.